Acaba de fallecer José María de Eizaguirre, catedrático que fue de nuestra disciplina en la Universidad del País Vasco. No por esperado, pues su salud hace tiempo que era precaria, se reduce el impacto producido por tan triste noticia. El Rincón de Commenda se suma, con estas líneas, al duelo que embarga a los mercantilistas españoles, entre los que nuestro compañero fallecido gozaba de una sólida y merecida reputación.
Ha sido Eizaguirre un gran universitario, empeñado con una firmeza que todos recordamos ahora en conseguir dos propósitos, a la vez, distintos y complementarios: de un lado, la excelencia en su actividad universitaria, tanto en el aula como en sus numerosas y bien llevadas investigaciones; de otro, consolidar la realidad institucional de la Universidad del País Vasco, a través de la vertiente singular de la Facultad de Derecho de San Sebastián en la que siempre profesó. Formado, con los más autorizados maestros, en la Universidad de Madrid que hoy denominamos Complutense, fue siempre su aspiración retornar a su tierra, para continuar allí su dedicación al Derecho Mercantil, si bien la ausencia de una universidad pública, apagados ya los lejanos y tenues ecos de la Universidad de Oñate, retrasaron y dificultaron esa pretensión.
Al hilo, entonces, de los pasos iniciales de la Facultad de Derecho donostiarra (adscrita primero a la Universidad de Valladolid y luego integrada en la Universidad del País Vasco), fue desarrollando Eizaguirre, sin prisa pero sin pausa, una intensa y rigurosa labor en el cultivo del Derecho Mercantil. De ella se ha derivado, como es conocido por todos, un amplio elenco de publicaciones en el que comparecen todos los “géneros literarios” propios de la labor del jurista académico. Sus primeros estudios, como también es notorio, se insertaron en el terreno de los títulos-valores, materia a la que legó una porción numerosa de aportaciones relevantes, de las que aquí me limitaré a mencionar ahora la espléndida monografía “Bases para una reelaboración de la teoría general de los títulos-valores” (RDM, 163, 1982, pp. 7-112), posteriormente actualizada, y conformada con visos de manual específico, en el libro Derecho de los títulos-valores (Madrid, Civitas, 2003).
Sobre esta sólida base, surgieron pronto trabajos de diverso alcance, que si inicialmente aparecen conectados con los aspectos jurídicos de la financiación empresarial, en seguida se vieron completados con aportaciones que se extienden a todos los sectores de la disciplina. Y en ese dilatado repertorio investigador, el Derecho de sociedades ocupará un lugar señero, gracias, entre otros, a estudios innovadores, como el dedicado a la sociedad nula, con motivo de la reforma del Derecho español tras el ingreso de nuestro país en la Unión europea. También aquí buscó nuestro autor la sistematización completa y rigurosa de la materia, merced a un libro que, tal vez, no haya tenido la difusión que por su calidad merecía; me refiero a su Derecho de sociedades (Madrid, Civitas, 2001), punto de partida de un tratamiento ambicioso y sugestivo que, por diversas razones, no llegó a concluir.
En este rápido recorrido por la obra investigadora de José María de Eizaguirre no debe faltar la alusión a una nueva monografía, fruto de la preocupación histórica por el origen y sentido del Derecho Mercantil que en nuestro autor se unía sin asomo de contradicción con su decidido impulso de corte conceptual y dogmático. Me refiero al libro El Derecho Mercantil en la codificación del siglo XIX (Leioa, Servicio editorial de la Universidad del País Vasco, 1987). En sus bien trabajadas páginas encontrará el lector una cumplida exposición de las vicisitudes de nuestra disciplina en el marco del proceso codificador decimonónico, acompañada, como era usual en Eizaguirre, de un amplísimo aparato crítico, siempre al servicio de las finalidades perseguidas por la investigación y carente, por ello, de toda pretensión de ornato o adorno meramente erudito.
Muchas más habrían de ser las alusiones a la obra científica de nuestro autor si quisiéramos hacer justicia, al menos de manera elemental, a su destacado valor. Quizá quepa redondear este apresurado bosquejo aludiendo a las preocupaciones de orden metodológico que, de manera permanente, comparecen en sus publicaciones y que, en uno de sus últimos trabajos (“Civil Law: La vigencia de una categoría convencional”, publicado en Liber Amicorum prof. José María Gondra Romero, Madrid, Marcial Pons, 2012, pp. 63-71) se manifiestan con vigor. Como ha sucedido en tantos juristas relevantes, también Eizaguirre ha visto la materia por él cultivada, el Derecho Mercantil, como una oportunidad singular de comprender el entero universo jurídico, asignándole un riguroso carácter científico. En este sentido, no fue nuestro autor complaciente con las modas jurídicas ni, mucho menos, con las metodologías apresuradas que diluían en medio de casi nada el perenne mensaje que el Derecho, por su propia naturaleza, ha de transmitir a la sociedad a la que se conecta su vigencia. Hay que destacar, por ello, la fidelidad de Eizaguirre a la mejor ciencia jurídica europea, sobre todo alemana, entendiendo por tal la que no se contentaba con describir medianamente los aspectos de la realidad o que, en otras ocasiones, salía al paso de los acontecimientos jurídicamente relevantes sin especiales pertrechos sistemáticos o conceptuales.
De lo que vengo diciendo quizá alguien deduzca que José María de Eizaguirre fue, como solía decir el maestro Garrigues, un “jurista de gabinete”, sólo preocupado por la “construcción” dogmática y alejado, por tanto, de los continuos meandros de la vida social. Nada más distante de la realidad, como se deduce fácilmente de sus muchos años de ejercicio de la Abogacía, que, eso sí, templó siempre para no verse desbordado por los acontecimientos ni, al mismo tiempo, para que se resintiera su actividad universitaria, que, a mi juicio, constituyó en todo momento su verdadera vocación. Y como una nueva muestra de su servicio a tal objetivo puede mencionarse ahora la formación de una escuela de mercantilistas en la Facultad donostiarra, extendida incluso a otros centros de la Universidad del País Vasco. Al frente de ese grupo, ya numeroso y muy activo en el panorama de nuestra disciplina, se sitúa hoy el profesor Alberto Emparanza, cuya tesis doctoral, como la de tantos otros, dirigió con singular atención el profesor que hoy recordamos. Con esta sucinta referencia a su magisterio universitario, que, al igual que otras cuestiones, merecería un detenimiento mucho mayor, termina este commendario, dedicado, con mi mejor recuerdo, a la memoria de José María de Eizaguirre.
José Miguel Embid Irujo