Ha empezado el año con el fallecimiento del profesor Manuel Olivencia, cuya trascendencia para el Derecho Mercantil, materia de la que fue catedrático desde 1960, y para tantos aspectos de la vida pública española es bien conocida. No hará falta, por ello, que me detenga en glosar los muchos méritos que un sinfín de artículos memorativos viene refiriendo desde entonces para limitar la atención de este modesto pero sincero homenaje a los aspectos de su destacada trayectoria más cercanos al sentido y fin de El Rincón de Commenda.
Y lo primero que debe destacarse, a mi juicio, es la fidelidad de Olivencia al oficio universitario, desde que se inició en él, como discípulo de don Joaquín Garrigues, hasta nuestros días. En ese dilatado período, superior a seis décadas, ha mostrado el maestro que hoy recordamos cuáles son las auténticas claves de esta profesión, al margen de los elementos adyacentes que el tiempo y las circunstancias depositan sobre ella. En esa extensa trayectoria, iniciada en Madrid y asentada desde el acceso a la cátedra en su querida Universidad de Sevilla, brilla con luz propia una actividad docente siempre apreciada por los alumnos, una investigación de calidad, donde lo antiguo y lo moderno se dan la mano con armonía, y, en fin, la formación de una escuela suficientemente acreditada en el panorama jurídico español e internacional.
El análisis detallado de estas tres vertientes de la trayectoria universitaria de Manuel Olivencia constituiría de por sí materia suficiente para un extenso y matizado trabajo. Sin tiempo y sin espacio para tal propósito, comenzaré refiriéndome a la obra científica de nuestro querido y admirado colega, aun a sabiendas de que no será posible, aquí y ahora, mencionar los abundantes méritos que en ella concurren. Se trata, desde luego, de una obra extensa, cuya riqueza de contenido acredita que Olivencia era un investigador riguroso, con pleno dominio de las técnicas requeridas al efecto y con una clara visión del sentido y fin de esa disciplina, el Derecho Mercantil, siempre en busca de un asentamiento firme en la heterogénea panoplia de las materias jurídicas. Por comprender muy tempranamente ese “déficit” –llamémosle así- de seguridad metodológica, la actitud de Olivencia a la hora cultivar la disciplina fue de amplia apertura, tanto en lo que se refiere a la elección de los temas como a la delimitación de los “marcos” que debían encuadrar su tratamiento.
Se comprende, por ello, que en la amplia bibliografía de nuestro autor comparezcan todos los sectores integrantes del Derecho Mercantil, desde aquellos que evocan los momentos estelares de su formación histórica, como los títulos-valor y los procedimientos concursales, hasta los que nos sitúan en el inmediato presente o que nos abren las puertas del futuro, como la unificación del Derecho mercantil internacional o el gobierno corporativo. Es seguro que en la consolidación de esa actitud ayudó al profesor Olivencia su paso por prestigiosos centros internacionales de estudio e investigación sobre el Derecho, de entre los cuales dejó en él una profunda huella la Universidad de Bolonia. Pero con ser cierto todo ello, más exacto parece radicar ese modus operandi profesional en la propia personalidad de Olivencia, cuyo arraigo en la realidad inmediata era perfectamente compatible con una mentalidad abierta al mundo y con el más detenido interés por conocer las tendencias y características actuales de las instituciones jurídico-mercantiles.
Resulta obligado señalar, al mismo tiempo, que los trabajos del profesor Olivencia, además de interesarnos por su contenido, por su rigor, así como por su utilidad, tienen siempre la virtud de atraernos por su calidad literaria. Cabría decir, incluso, que Manuel Olivencia, como escritor, ha sido uno de los mejores practicantes entre los juristas españoles del “enseñar deleitando”, fórmula ciertamente clásica, cuyo olvido en nuestros días por tantos escribientes –que no escritores- de Derecho resulta ser un mal irremediable. El propio autor reflexionó en numerosas ocasiones sobre lo que debería ser la prosa jurídica, habiéndonos dejado páginas memorables al respecto, como pone de manifiesto ejemplarmente su discurso de ingreso en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. No parece dudoso que su afán de claridad, unido siempre a una decidida voluntad de estilo, encuentre en su condición de discípulo del maestro Garrigues una adecuada explicación. Pero, de nuevo, habremos de recurrir al “fondo insobornable” del propio Olivencia, por utilizar una consagrada fórmula de Ortega, si pretendemos averiguar la completa explicación de esa característica, tan singular, de su entera obra científica.
Del Derecho de sociedades se ocupó nuestro autor con asiduidad a lo largo de su dilatada carrera universitaria. Desde los detalles de la interpretación de sus muchas normas, con motivo de su labor, junto con el profesor Aurelio Menéndez, en la actualización del Comentario a la Ley de sociedades anónimas de los maestros Garrigues y Uría, hasta el diseño y concreción de las grandes líneas de desarrollo de la disciplina, en el marco de la ordenación del gobierno corporativo, pasando por el análisis puntual y minucioso de diversas instituciones societarias, bien puede decirse que Manuel Olivencia era también un reputado societarista, cuyas contribuciones al desarrollo de la disciplina han disfrutado y seguirán disfrutando, a buen seguro, de una amplia y calurosa acogida en la doctrina y en la práctica.
El profesor Olivencia, consciente, como era, del alcance de sus aportaciones, que le habían proporcionado distinciones de todo tipo, sostenía, si no me equivoco, como título de mayor orgullo dentro de su condición de profesor universitario el haber formado una amplia y nutrida escuela de mercantilistas, cuyos miembros han ejercido y ejercen su magisterio en numerosas y diversas universidades españolas. Con su fino sentido del humor, recordaba el propio Olivencia que nada agradaba más a los profesores universitarios que se les llamara “maestros y además de escuela”. Y es que a pocas personas, dentro del mundo universitario, se les podrá aplicar, como a él, con tanta propiedad esa formulación. Descanse en paz el querido compañero, el admirado colega y el jurista esencial que fue Manuel Olivencia.
José Miguel Embid