Fue en la Universidad de Alcalá de Henares hace más de treinta años cuando oí del gran Alejandro Nieto una serie de consideraciones sobre el mejor modo de prepararse para ser un auténtico profesor universitario. Entre dichos consejos, impartidos en medio de una llamativa precariedad material, que estimulaba, por paradójico que pueda parecer, el diálogo con los maestros y el afán de los entonces jóvenes por perseverar en el oficio universitario, figuraba una singular metáfora naval, cuyo recuerdo en nuestros días sirve de inspiración al presente commendario.
Decía Nieto a los juniors de la época que debíamos elaborar nuestra obra con rigor y esfuerzo continuos, siendo conscientes en todo momento de la diversidad de sus distintas piezas, necesitadas, por ello, de una decidida articulación jerárquica. Y para concretar esta idea se servía nuestro mentor de la ya advertida metáfora, conforme a la cual una buena obra científica –nunca acabada, por definición- vendría a ser como una suerte de flota militar; en su centro, debería figurar, a modo de portaaviones, una cumplida y exhaustiva monografía, seguramente resultado de la reelaboración de la tesis. Como escoltas inmediatos de ese gran buque, nos encontraríamos con los acorazados y destructores, traducidos por lo que nos toca en artículos hechos y derechos, publicados en las principales revistas de la especialidad. Finalmente, en el exterior de la flota, los navíos de más fácil y rápido desplazamientos se equipararían a las reseñas, notas de jurisprudencia, crónicas de congreso y demás trabajos, mal llamados “menores”, a través de los cuales se inicia el neófito y que en manos del senior pueden adquirir un destacado valor.
Como no he estado en Plymouth ni en Sebastopol y mis visitas a la hermosa ciudad de Cartagena no han tenido un específico componente militar, es posible que la metáfora naval sintéticamente referida contenga errores de diverso grado. Del mismo modo, es posible también que las flotas de nuestro tiempo se organicen con otros criterios y que, incluso, sus barcos componentes merezcan calificativos diversos. Sin posibilidad de acudir a un Temístocles moderno para averiguar tales pormenores, con esta evocación alcalaína sólo pretendo referirme a la obra, continua y rigurosa, que los miembros del grupo investigador Commenda vienen realizando desde su fundación en el campo del Derecho de sociedades.
Por su entidad, por la amplitud de las materias consideradas, por, en fin, su carácter diversificado, bien puede decirse que las distintas aportaciones al estudio y comprensión de nuestra disciplina elaboradas por sus miembros, con carácter individual o, muy especialmente, de manera colectiva, han adquirido la consistencia de una verdadera “flota” científica, cuyos detalles pueden consultarse en los diversos apartados de esta página. Así,desde el Derecho de sociedades de capital –buque insignia del grupo-, hasta la monografía, acorazada pero no destructiva, Deberes y responsabilidad de los administradores, pasando por esas “lanchas rápidas”, aptas para el desembarco inmediato en la disciplina, que son los Archivos Commenda de Jurisprudencia Societaria (por referirnos sólo a algunos de los trabajos conjuntos), nos encontramos con publicaciones serias y actuales, cuya utilidad para los interesado en el Derecho de sociedades resulta indudable. Se trata, por lo demás, de una obra “en marcha”, y a la vez abierta, que pronto se verá completada por más aportaciones conjuntas, sin perjuicio de las monografías y artículos debidos a cada uno de sus miembros.
Es posible que ese mismo lector, tras consultar, tal vez, en su biblioteca algunos de estos trabajos, se pregunte por el motivo (y seguramente también por la causa) del presente commendario. Y, dando un paso adelante, con la ayuda del moderno Derecho de sociedades, cabe, del mismo modo, que el avisado lector entrevea en estas líneas alguna suerte de conflicto de interés, por ser quien suscribe miembro fundador del grupo. ¿No tendría que haberme abstenido, poniendo en conocimiento de la autoridad competente –no militar en este caso, a pesar de las apariencias- los vínculos estrechos que me unen con el interés de Commenda y con sus miembros, considerados uno a uno?
He sopesado cuidadosamente esta posible objeción antes de preparar el presente commendario y he decidido, no obstante, escribirlo por varias razones. La primera, y principal, reside, en la calidad, objetiva y contrastada, de Commenda (rectius, de sus miembros componentes), lo que excluye, desde el luego el dolo malo, pero también el dolus bonus, dado que el sintético elogio aquí formulado no entra en lo hiperbólico ni exagerado, evitándose así el engaño y la confusión del lector. Del mismo modo, he pretendido poner de manifiesto, en segundo lugar, la dedicación del grupo, no exclusiva ni mucho menos excluyente, pero seria y continua, al tratamiento del Derecho de sociedades; son muchos y muy relevantes los estudiosos españoles que dedican sus afanes a dicha disciplina, como en algún commendario pasado destaqué. Pues bien, al lado de estos grandes juristas también están los miembros de Commenda que, sin prisa pero sin pausa (como recomendaba Goethe), están contribuyendo a que nuestra materia, siempre bien atendida por los mercantilistas de nuestro país, se encuentre al mejor nivel internacional.
Por último, este commendario debe también su razón de ser a circunstancias más personales e intersubjetivas. Los miembros de Commenda son auténticos universitarios –especie menos nutrida de lo que parece-, con una trayectoria nítida, sin perjuicio de los matices que ponen la edad y las características personales; muchos de ellos han sido lo que en la jerga académica suele denominarse “discípulos”, es decir, discípulos míos. Todos sin excepción son amigos y su amistad bien merece un reconocimiento, aunque éste sea modesto y circunscrito a la órbita digital de “El Rincón de Commenda”. Gracias.
José Miguel Embid Irujo