No por deseada resulta de fácil realización la continuidad generacional, es decir, que quienes suceden (utilizando la palabra con laxitud y no sólo en sentido jurídico) a sus predecesores no se orienten primariamente hacia la confrontación con la herencia recibida, sino que, más bien, asuman su contenido y lo proyecten, depurándolo, hacia un objetivo de mayor alcance. Parece que fue Plutarco uno de los primeros que puso de manifiesto la dificultad de esta tarea, a propósito, en particular, de la problemática defensa de que podían disponer los miembros de una generación frente a quienes les seguían en el curso de la historia. La expresión de este criterio en un ámbito, pudiéramos decir, “aristocrático”, y, por tanto, bien alejado de la nivelación propia de nuestro tiempo, no sirve para invalidarlo ni para desconocer las indudables ventajas que la referida continuidad tiene en tantas vertientes de la vida, como, así lo quiero destacar ahora, en el terreno intelectual.
No aludo, por ello, a la recepción mortis causa de bienes económicos, sino a algo más inconcreto y sutil, a la transmisión de un patrimonio de estricto contenido inmaterial, susceptible, sin embargo, de reflejarse en multitud de obras, no necesariamente idénticas, pero sí portadoras de algunos elementos comunes y articuladas en torno a un sólido “centro organizador”. En el mundo universitario, aunque no sólo en él, ha sido permanente la apreciación de este tipo de legados, ya que, al fin y al cabo, la institución misma sólo puede sustentarse en una continuidad, de cuño esencialmente intelectual, a la vez consciente y constante; proceso éste, por supuesto, que no excluye ni puede excluir la necesaria rectificación y eliminación, en su caso, de todo lo desacertado, inapropiado o erróneo que se contenga en el patrimonio recibido.
Pero, además, en el mundo universitario, la continuidad intelectual de la que vengo hablando se asocia a un elemento de inexorable concurrencia y al que, de acuerdo con el uso común en numerosos países, se viene denominando magisterio. No se trata, como puede deducirse de todo lo dicho hasta ahora, de un calificativo formal, basado meramente en títulos o diplomas, o, lo que sería peor, en una derivación directa de una posición de poder. Y, aunque en ocasiones aparezcan mezclados todos estos elementos, la idea del magisterio disfruta, por sí sola, de unos caracteres específicos, consistentes, precisamente, en ser portadora de un legado valioso, no vinculado o, al menos no de manera definitiva, a la época en la que se produjo y a la persona que lo hizo posible.
Dentro del mundo universitario, el magisterio ha gozado de particular relieve en las disciplinas humanísticas y, desde luego, en el sector del Derecho. Que eso ya no sea exactamente así en nuestro tiempo, caracterizado por otra idea, la de nivelación, a la que antes me he referido, no priva de valor al magisterio como institución, podríamos decir, ni a la doctrina magistral, si cabe el término. Con esta última fórmula quiero referirme no sólo al saber científico, propiamente dicho, sino también al estilo, tanto profesional como vital, en el que aquél se inserta y del que, por ello mismo, se alimenta; estilo, en fin, que viene a constituir una suerte de “atmósfera”, característica del magisterio y susceptible, no obstante su impreciso perfil, de ser también transmitida y de producir, así, resultados fructíferos.
Estos términos que vengo utilizando, y a los que no dedicaba atención desde hace tiempo, han venido a mi cabeza, de manera simultánea, al terminar la lectura de un precioso libro (Racconti ascarelliani, Napoli, Editoriale Scientifica, 2020), del que es autor mi admirado colega y querido amigo Mario Stella Richter jr. Y es que tales “relatos”, correspondientes a una de las más altas cimas del Derecho mercantil en la Italia del pasado siglo, al reflejar las trayectorias diversas, variadas, difíciles y, en ocasiones, legendarias, de Tullio Ascarelli, parecen partir, bien que con mayor exactitud y pertinencia, de los términos antes referidos.
En tal sentido, Ascarelli fue un maestro, dejó un extensísimo legado doctrinal y, lo que quizá sea más importante, creó un estilo tan fructífero, al menos, como sus obras científicas; de todo ello hay huellas profundas no sólo en sus muchos discípulos ni, desde luego, en el ámbito estricto del Derecho mercantil, ya que la influencia de este gran jurista, en todos los sentidos del término y en sus diversas facetas profesionales, resulta perceptible en el entero mundo jurídico italiano.
El libro al que me refiero constituye, por tanto, un testimonio elocuente sobre el ser y la circunstancia de Tullio Ascarelli, y por eso he aludido en el presente commendario, en plural, a las trayectorias que marcaron su vida y también su obra. Si, en ocasiones, esos particulares caminos fueron recorridos por nuestro autor atendiendo exclusivamente a su concreta determinación personal, en otras, por el contrario, fue la circunstancia quien influyó y condicionó en la concreta trayectoria, forzando la adopción de decisiones no precisamente cómodas ni fáciles.
A este último terreno pertenece de manera indiscutible el desplazamiento (de “éxodo” habla Stella Richter jr en su libro) de Ascarelli a Sudamérica y en particular a Brasil, como consecuencia de las leyes raciales promulgadas en Italia a finales de los años treinta del pasado siglo. También aquí, no obstante, la singular personalidad de Ascarelli consiguió hacer de la necesidad virtud, dejando una huella imborrable en el mundo universitario brasileño y, de manera específica, en la doctrina mercantilista del país. Tuve ocasión de comprobar personalmente el alcance de la herencia recibida por los juristas brasileños con motivo de una breve estancia en Sao Paulo hace varias décadas y conocer, de la mano de Fabio Konder Comparato, el seminario que llevaba y lleva el nombre de nuestro autor, cumplidamente reflejado en un óleo que presidía la estancia.
Examina Mario Stella Richter jr en el libro que aquí nos ocupa muy distintos aspectos de la vida de Ascarelli, desde su circunstancia familiar, con llamativa y singular referencia a sus antepasados, los más remotos provenientes seguramente de España, hasta su trayectoria como profesor universitario en distintas universidades italianas, pasando por su actividad como abogado, sin duda relevante y prestigiosa, pero subordinada a su condición de estudioso y académico. Y ese examen lo hace Stella Richter jr con mano maestra, tomando como punto de partida los muchos trabajos que ha dedicado a perfilar la figura, ciertamente compleja y diversa, de Tullio Ascarelli. Puede decirse, por ello, que, sin desmerecer a los muchos juristas que prestaron atención al autor que hoy recordamos, tanto a su persona como a su obra, es Mario Stella Richter jr el mejor conocedor en nuestros días de las muchas trayectorias de Ascarelli, lo que se pone de manifiesto, con especial relieve, en el libro que aquí reseñamos.
Interesa decir, al mismo tiempo, que la estimación de una gran figura, como la que nos ocupa, requiere no sólo la capacidad de llevar a cabo una objetiva apreciación de sus méritos, aunque este extremo constituya condición imprescindible de cualquier planteamiento al respecto. Hace falta también una disposición subjetiva, personal, en suma, de querer manifestar esa estimación y hacerlo a través de uno de los medios principales, la publicación de un libro, en los que se refleja el oficio universitario.
Esa disposición existe con nitidez en Mario Stella Richter jr, el cual, además, ha tenido el acierto de publicar su monografía en una colección precisamente titulada “Sulle spalle dei giganti”. Este recuerdo de la fórmula atribuida a Bernardo de Chartres permite, en el caso que nos ocupa, no sólo confirmar la continuidad de Stella Richter jr en su ya veterano propósito de ahondar en la figura de Ascarelli, sino también dar expresión a la deseable continuidad generacional mencionada al comienzo del presente commendario.
Al margen de otras contingencias, en el mundo jurídico italiano resulta evidente el deseo de honrar a los maestros y no sólo con el propósito de convertirlos en estatuas inanimadas, dignas, a lo sumo, de un culto distante y formal. Se trata, más bien, de traer al presente la “doctrina magistral”, antes evocada, haciendo de ella un factor de impulso y mejora de la propia situación. No es mal planteamiento éste y haríamos bien en España en tomar buena nota del mismo; nos serviría de lección, realzaríamos nuestro mejor pasado y mantendríamos alguna reserva de solidez frente a los embates de las circunstancias actuales, tan difíciles y tan propicias, por ello mismo, a la confusión, al enfrentamiento civil y a la melancolía.